Anteriormente a esto, en lo alto de Peñacerrada, disfrutamos de unas maravillosas vistas de la Llanada Alavesa por un lado, y de La Rioja por otro, aunque en mi opinión, la aventura del viaje de regreso por estos frondosos bosques que a momentos parecían incluso selváticos, hicieron de la jornada un paseo precioso.
Y esto no fue todo. Aún nos quedaba un suculento almuerzo preparado con el mayor de los cariños que colmó y superó todas nuestra expectativas... Para finalizar el día, no podemos dejar de señalar al pueblo de Montoria, en el que todas sus gentes nos recibieron como uno más de ellos, enseñándonos los pequeños paraísos que hay dentro de sus casas, cuidadas hasta el más mínimo detalle, a base de esfuerzo y dedicación.
A las pruebas me remito y repito... si hay camino, ¿pa qué te metes?...